"Los invisibles son toda la gente que-el sistema neoliberal oculta. Son los nuevos trabajadores que el posfordismo ha creado, los que desempeñan labores precarias, no tienen un lugar de trabajo fijo, están medio empleados o desocupados, son estudiantes-trabajadores que no tienen derechos. Esta forma de empleo hace imposible su sindicalización, su contratación colectiva. Dependen de contratos individuales.
"No llevan el overol azul que aquí en Italia usan los trabajadores industriales. Visten el overol blanco que es como un fantasma. Es que ellos son como un fantasma que se volvió visible gracias a su ropa. El overol blanco se volvió un símbolo de lo que no se podía representar de otra manera".
Luca Casarini, vocero de los Monos Blancos italianos.
Surgimiento de los Nuevos
Movimientos Sociales
De un modo "empírico’', es posible decir que a fines de
las décadas del '70 y el ´80 en América
Latina, y antes en Europa, hemos asistido a la emergencia en el espacio público
de nuevos actores
y nuevas formas de expresión
política.
Estos actores
(movimientos de mujeres, homosexuales, migrantes, de derechos humanos)
aparecen como novedosas frente a los
actores políticos tradicionales.
Son movimientos sociales con minúscula y en plural por oposición
al Movimiento Social con mayúscula y en singular,
que fue generalmente el movimiento obrero.
Este movimiento se constituyó en relación a una matriz sociopolítica
clásica o nacional popular, donde el Estado ocupaba
un lugar de referencia central para las acciones políticas.
Escribe Manuel Antonio Garretón "Desde nuestra perspectiva ambos polos pueden ser vistos como dos dimensiones de los movimientos sociales.
Por un lado, el Movimiento Social (mayúscula
singular) orientado al nivel histórico-estructural de una determinada sociedad y definiendo su conflicto central.
Por otro lado los movimientos sociales (plural minúsculas) que son actores concretos que
se mueven en los campos del mundo de la vida
y de las instrumentalidades, organizacional o institucional, orientados hacia
metas específicas y con relaciones
problemáticas, que se definen en cada sociedad y momento con el Movimiento central." (Garretón, 2001,
p. 14)
El panorama
mundial se transformó profundamente en las últimas dos décadas. Hasta los años 70, el tema de la
participación estaba centrado en el sistema político: partidos políticos y elecciones para la transformación social
democrática, guerras de liberación para la transformación societal. El Estado estaba en el centro;
las estrategias de la toma del
poder eran el eje de la discusión. Inclusive los actores corporativos tradicionales -burguesía, el movimiento obrero,
los militares- eran mirados fundamentalmente en cuanto a su capacidad
de intervenir en el espacio
político del poder del Estado.
Los otros actores sociales eran débiles;
lo que había eran protestas, demandas (frecuentemente en clave clientelística)
frente al Estado, espacios de
sociabilidad y de refuerzo cultural local.
En el plano internacional, la centralidad del aparato del Estado llevaba
a acuerdos y convenciones, elaboradas y ratificados por los gobiernos. La sociedad civil tenía poca cabida directa y poco espacio en ese mundo (Elizabeth Jelin, 1996)
Pero
la centralidad del Estado y la matriz nacional popular que le daba sentido en América Latina se resquebrajo en un
contexto de ruptura o crisis debido a múltiples y complejos procesos: la globalización económica y cultural; el
pasaje de una sociedad industrial de
Estado Nacional hacia sociedades post industriales globalizadas, con la consiguiente crisis y declinación del paradigma del trabajo como eje organizador de la vida común y de la política. Frente al surgimiento de un nuevo tipo societal,
emergieron nuevos actores y nuevas
formas de acción colectiva.
A
mediados de los setenta el mundo recibió con sorpresa y asombro el fermento
social de las mujeres en los foros y conferencias paralelas a la Conferencia International en México. Desde ese
entonces, esta modalidad de actividad paralela se ha convertido en una práctica
cada vez más extendida y el poder de las organizaciones sociales no gubernamentales ha ido creciendo.
En América Latina, partir de los 70 hacen su aparición en el
escenario público y van cobrando
creciente importancia formas de articulación de intereses y agrupamientos que dirigen sus demandas al Estado, pero
que no se canalizan a través de los partidos
políticos. Elizabeth Jelin plantea que "en el contexto
de la dictadura, y la limitación en el
accionar de los partidos políticos, estos movimientos podían expresar cierta
oposición política, expresiones democratizadoras, aunque en realidad no siempre lo eran. A menudo,
se trataba de acciones colectivas con objetivos y demandas específicas" (Jelin, 1996).
En
la Argentina, en el contexto de la Dictadura, el Movimiento de Derechos Humanos supo articular un espacio de participación
que operó, en la medida que reformulaba las
demandas y lograba condensar los nudos del conflicto, como eje de oposición
ante el gobierno militar. Se definió
como un punto de ruptura
frente a la dominación autoritaria. Resituó la conflictividad social estableciendo nuevas interacciones y encarnando
un actor novedoso. Como principio aglutinador de su práctica política apeló a un sistema de valores
fundamentales: la vida, la verdad, la justicia, señalando la posibilidad de reflexionar sobre los
modos de hacer política, de construir el poder y de crear la hegemonía.
La
experiencia Argentina de los movimientos de derechos humanos, los que surgen como un modo de defensa ante la agresión
de estos derechos, se caracteriza por su relación
negativa ante el poder pero carece de propuesta global de transformación social. Sin embargo, al proponerse como un polo de aglutinación en determinado momento de la correlación de fuerzas, se
constituye en un real polo de oposición al régimen militar cuestionando su posibilidad misma de legitimación.
El
Movimiento de Derechos Humanos en la Argentina, como en otros países del Cono Sur,, invalida el fundamento de la "guerra” contra el "enemigo interno” denunciando la represión y la ilegalidad del
gobierno militar. Simultáneamente, abre la posibilidad de recuperar históricamente la memoria de una lucha, la de la
juventud de los años 70', que equivocada o no, se había alineado
tras un proyecto de liberación y transformación social. Los padres y los familiares asumen, junto a la demanda por la vida,
la valorización de esa vida y de ese proyecto. Los derechos humanos aparecen como el nudo de la acción política y su defensa desnuda la lógica de la dominación. Por lo tanto, los derechos humanos, a partir de ese momento, no
son solo aquello que esta antes y hay que respetar, sino aquello que esta después
y hay que construir.
En
las transiciones a la democracia, algunos movimientos se constituyen en actores sociales
institucionalizados, especialmente en los gobiernos
locales. Otros tienen recorridos diferentes en los años '80, siendo incorporadas sus plataformas en la agenda social y política de la transición,
Puede decirse que se produce una doble situación en el proceso
de transición. Por un lado, los movimientos de DDHH se debilitan
y quiebran, existiendo conflictos alrededor de las estrategias entre quienes quieren entrar a las estructuras del poder
y quienes eligen no negociar aunque esto signifique
quedar afuera. Pero por otro lado, sus temáticas se extienden socialmente y son apropiados por la sociedad,
lo que finalmente afirma la fuerza de estos movimientos.
La
temática de los movimientos sociales en los '90 se reconfigura, en un contexto
de profundas transformaciones sociales y económicas, con un fuerte impacto en el empleo. Comienzan a aparecer movimientos
ligados a la recuperación del trabajo o la protesta social,
vinculada a obtener
beneficios directos para la sobrevivencia, de amplios sectores
sociales desplazados, del proceso de "modernización”. Las experiencias
del Movimiento Sin Tierra en Brasil, los movimientos de desocupados en la Argentina, el zapatismo en México, los cocaleros en Bolivia, entre otros.
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