I.
Nuevos movimientos v nuevas perspectivas teóricas
El
concepto de movimientos sociales es un concepto básicamente descriptivo, que representa un punto de partida para la
investigación; de los movimientos sociales. Su
utilidad está vinculada con la idea según la cual la investigación de
estos movimientos debe centrase en
el análisis de sus características distintivas y en los elementos que la integran, a partir de ciertas
herramientas teóricas que se desarrollan no solo en un campo disciplinar.
Interesa
entonces en este trabajo no solo plantear una descripción de los llamados movimientos sociales sino ponerlos en
relación con ciertos debates que en el plano de las ciencias sociales se han dado en los últimos años en tomo a
la subjetividad, la identidad, el poder y la
memoria y desde los cuales se los ha analizado e interpretado.
II.a. La subjetividad
Desde un punto de vista teórico,
no podemos pensar la aparición
de los Nuevos Movimientos
Sociales si no es relacionada con lo que se ha llamado el surgimiento o retomo de la subjetividad, por reacción a las explicaciones deterministas de la acción y la conciencia social.
Esta emergencia de la subjetividad tiene que ver entonces con la crisis de los paradigmas de análisis estructuralistas, que pretendían explicar
la acción y la conciencia social por la determinación de las estructuras, de
las cuales los sujetos eran solo epifenómenos.
Pero
además, la problemática de los nuevos movimientos sociales surge en relación a una línea de pensamiento que va a
caracterizar la crisis de la modernidad a partir de la idea del ''proyecto inconcluso” (Habermas, Touraine,
Giddens). Se piensa que la modernidad ha priorizado en su devenir la cara de la racionalidad en detrimento de la
subjetividad, lo que implica que para "salvar” el proyecto moderno es
necesario ir en busca de lo negado:
no hay figura única de la modernidad, esta debe entenderse desde las dos figuras que (a constituyen, la racionalización y la subjetivación. "Durante mucho tiempo la modernidad solo se definió
por la eficacia de la racionalidad
instrumental, por la dominación del mundo que la ciencia y la técnica hacían
posible. En ningún caso se debe rechazar esta
visión racionalista, pues ella es el
arma crítica más poderosa entre los holismos, los totalitarismos y los
integrismos. Pero esta visión no da
una idea completa de la modernidad e incluso oculta su mitad: el surgimiento del sujeto humano como libertad
y como creación" (Touraine, 1994, p 205). La modernidad se concibe entonces
como un proceso de constitución de sujetos, pero estos no se pueden
entender solo desde una dimensión
racional.
El
sujeto se define como la reivindicación por el individuo o el grupo de su
derecho a ser un actor, singular y
esta finalidad se constituye a través de la conflictividad. La subjetivación realizada, puesta en el
espacio público por los actores, es lo que da vida a los nuevos movimientos sociales, estos donde los actores
combinan la experiencia cultural privada
con la participación en el universo de la acción instrumental.
II.b. Identidad
Si
durante los procesos de constitución de los estados nacionales, y
específicamente en América Latina,
las identidades colectivas se habían afirmado desde la nación, con la crisis de los modelos de estado
dominante y con el desarrollo de los procesos de globalización, estas identidades entran también en crisis. Es así que la problematización de los nuevos movimientos
sociales surge junto a la re-emergencia en las ciencias sociales
del tema de las identidades colectivas2.
Los nuevos movimientos sitúan en primer piano las cuestiones ligadas
a la identidad de sus integrantes, que en ocasiones son consideradas plataformas para la participación.
La pregunta
por la identidad es la pregunta por quien soy, quienes somos, y los nuevos movimientos sociales ponen en acción dentro del espacio
público su respuesta, apelando a la visibilización de
aquellas dimensiones de la identidad que habían quedado
relegadas al espacio
privado y subjetivo. . Reivindican nuevos espacios sociales:
"en los que sus seguidores se autorrealizan y construyen el significado
de los que son y lo que hacen” (Melucci, 1994, p. 119), pero esto no tiene que ver con el individualismo y la
ideología de autoayuda, sino que salen del ámbito privado para transformase en reivindicaciones sociales.
Las reivindicaciones de estos movimientos, escribe Laraña, (Laraña,
1999, p. 151)
1) están en el origen de los sentimientos de pertenencia a un grupo diferenciado;
2) están íntimamente relacionados con la imagen que los seguidores de estos movimientos tienen de sí mismos y con el sentido de su existencia individual.
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Pero la identidad
no es solo la imagen de uno mismo, sino que supone como condición de emergencia la
intersubjetividad, la otredad; la identidad emerge y se afirma solo en la medida en que se confronta con otras
identidades en el proceso de interacción
social: "Por eso la identidad no es
un atributo o una propiedad intrínseca del sujeto, sino que tiene un carácter
intersubjetivo y relacional. Esto significa que resulte
de un proceso social, en el sentido de que surge y se desarrolla en la
interacción cotidiana con los otros.
Los actores se reconocen a sí mismos solo reconociendo a los otros" (Giménez, 1992, p.186).
Así la diferencia como elemento constituyente de identidad comienza
a ser problematizada. Y si los movimientos "no nuevos"
habían hecho visible la desigualdad (desigualdad
en el tener), la diferencia (diferencia en el ser) como categoría no solo entra a operar
en el campo de lo político
sino también en el campo sociológico.
La
emergencia de estos nuevos movimientos en la escena pública no solo puso de manifiesto la necesidad de un
reconocimiento de la alteridad a partir una afirmación positiva de la identidad (nosotros somos gay, nosotros somos
aborígenes) sino que también expreso
la participación asimétrica en la posesión de los recursos materiales circulantes en el espacio
social (somos pobres, somos sin tierra).
“En términos
muy generales las categorías (desigualdad y diferencia) se habían considerado con independencia la una de la
otra. Es decir, mientras algunas de las corrientes
culturalistas habían pensado la diferencia sin su necesaria articulación con los proyectos económicos y políticos
excluyentes y la habían construido como una problemática
cultural, otras corrientes de las ciencias sociales habían hecho hincapié en el problema de la desigualdad por la
vía exclusivamente económica, ignorando o minimizando
los importantes contenidos culturales, es decir, simbólicos que operan como fuerzas productoras de lo social”.
(Reguillo, 1999, p. 102) Concebir
así la diferencia/desigualdad implicó elevar la categoría de la
diferencia a una complejidad mayor
que la del conjunto de atributos que "se expresan en minoría” o se piensan desde el relativismo cultural, como
también llevar la categoría de la desigualdad hacia sus formas de construcción
identitarias y a estas desde una dimensión
histories.
Por otro lado, pero en relación a lo anterior, a la hora de hablar de movimientos sociales e identidad, es necesario tomar la conceptualización realizada por Manuel Castells (1999) en tomo a lo que él llama las identidades defensivas por oposición a las identidades proyectivas: las identidades defensivas, como aquellas que ante las adversidades desarrollan estrategias de sobrevivencia cuya característica es la defensa del entorno; las identidades proyecto, aquellas que pasan de la defensa al proyecto, a una actitud pro- activa, Corriendo el riesgo de la generalización, se podría decir que en Europa los nuevos movimientos sociales surgen a partir de la afirmación religiosa, de genera, ecológica, mientras que es posible pensar que en América Latina es más fuerte la dimensión de la carencia, de la falta: los sin tierra, sin bienes, in justicia, incluso, sin identidad.
II.c. Memoria
Durante los dos últimos
siglos el tiempo fue concebido
básicamente desde dos lugares
centrales: por un lado, como tiempo episódico
o histórico; por otro lado corno no tiempo, o tiempo de la larga
duración. La primera definición debe atribuirse a aquellas narrativas que explicaron el tiempo de las sociedades y
las culturas desde la idea de
historia aunada a la noción de progreso indefinido. Así se presenta el tiempo como una serie de sucesiones lineales,
donde; cada etapa supera a la anterior, con una dirección de conjunto
gobernada por principios de dinámica general.
La historia puede ser narrada
como una línea de relate,
que impone una representación ordenada sobre el embrollo de los
acontecimientos humanos: primero culturas de
recolección y caza, luego
el cultivo, la industria, etc.
En
segundo lugar, las ciencias sociales han analizado la temporalidad social desde
el paradigma estructuralista donde el
tiempo es un gran ausente en la problematización de lo social en los últimos anos, de la mano de la sociología
histórica y de los estudios culturales (Appadurai, 1982), las ciencias
sociales comienzan a pensar el tiempo desde una densidad
diferente, planteándose las múltiples temporalidades o (des) tiempos
de lo social: de la historia (un único tiempo) a la memoria.
Así, por ejemplo, Raymond Williams (Williams, 1987) propondrá la necesidad
de analizar las formaciones
socioculturales desde la existencia de tres dimensiones o temporalidades. Uno, el arcaico: es el que sobrevive del pasado en cuanto pasado, que se reconoce como un elemento del pasado
para ser observado, para ser examinado o incluso ocasionalmente para ser conscientemente revivido de un modo deliberadamente especializado. El segundo,
el residual: lo que formado
efectivamente en el pasado se halla
todavía hoy en el proceso cultural como elemento del presente, ya sea recuperado por la cultura dominante o representando alternativas.
Revive como recuerdo con efecto de
presente, como memoria de la que se está hecho. Por último, el emergente: es
lo nuevo, el proceso de innovación en las prácticas y en los significados, y que habla de
instancias de :creación en las prácticas.
La emergencia de la temática
de la memoria implica la problematización de la relación entre tiempo/poder, y entonces la
necesidad de la pregunta por aquellas subjetividades,
memorias, acalladas en el relato de la historia. La gran mayoría de los nuevos movimientos sociales se sitúan,
explícita o implícitamente, desde una crítica a la historia como relato oficial que hizo posible ciertas
voces y silencio otras.
En la Argentina pos dictadura se reconoce la presencia de movimientos sociales que son producto de la intención de "hacer oír” la memoria. Movimientos que; se construyen a partir de la perdida, el dolor, de la consecuencia de los hechos o de la derrota. Ejemplo de esto son el grupo HIJOS y los ex soldados combatientes de Malvinas. A estos movimientos los une el carácter de un hecho que los atravesó y les otorga sentido de pertenencia. Los une la búsqueda de la memoria y la portación de la marca de un pasado que les da identidad.
HIJOS
se constituye como grupo involucrando en ello la reintroducción de los otros, del pasado silenciado y olvidado.
Esto se da no solo por la necesidad de
reconstruir un proyecto
identificatorio personal sino también social, que se pone en juego en la manera: en que se nombran: Hijos por la
Identidad y la Justicia contra el Olvido y el
Silencio.
Si
bien hoy hay un florecimiento de nuevas y múltiples subjetividades políticas
(de clase, étnicas, gay, ecológicas,
feministas, religiosas) en el caso de HIJOS existe un proceso que; busca la reconstrucción histórica de un relato
fundante que posibilite un proceso identificatorio desde la reconstrucción de la memoria.
Ellos buscan reconstruir el pasado de sus
padres y el presente propio. Necesitan re-construirse en la reconstrucción de la memoria colectiva. La
historia oficial los excluye y los silencia e
intenta constreñirlos a
múltiples historias individuales.
ll.d. El poder
En
los años 80, y especialmente en América Latina, la relación entre movimientos sociales y. poder comienza a ser repensada
a la luz de una revisión del concepto mismo de
poder de la mano de una lectura en clave, gramsciana.
Las
ideas clásicas en relación al poder, atravesadas por miradas marxistas,
hablaban de un poder "dividido” en dos, uno coaccionando sobre el otro: una clase dominando a la otra, imponiéndole su fuerza. A partir de los aportes
gramscianos (y específicamente de la lectura que hacen en
los 70 y 80 los estudios culturales del trabajo
de Gramsci) se lleva a cabo un desplazamiento de la concepción del poder como imposición hacia la noción de
hegemonía. Se traslada el acento puesto en la
dominación como imposición hacia la dominación como relación de
reconocimiento, de comunicación, donde el poder no
se ejerce como fuerza sino como sentido. Es decir, que los procesos de dominación social ya no son pensados
como procesos de imposición desde un
exterior y sin sujetos, sino como procesos en los que una clase o sectores
de clases hegemonizan en la medida en que representan intereses
que también reconocen como
suyos las clases subalternas: "No hay
hegemonía, sino que ella se hace
y deshace, se rehace permanentemente en un proceso vivido, hecho no solo de fuerza sino también de sentido, de
apropiación del sentido por el poder, de seducción
y complicidad” (Barbero, 1987, p.85), lo
que implica que la hegemonía nunca puede ser total, siempre pueden
surgir formas de conciencia y representación
en la vida cotidiana que se movilicen contra el orden hegemónico. Así,
es posible preguntarse por los modos
de resistencia e impugnación de los órdenes dominantes más allá de un sentido político explicito, más allá del
enfrentamiento directo con las fuerzas dominantes cristalizadas en el Estado,
Por otro lado, para los años 80 opera también la ruptura con la idea moderna del poder expresada a partir de la idea foucaultiana de la microfísica del poder. El mismo la define así: "No hay un poder sino que, dentro de una sociedad existen múltiples relaciones de poder extraordinariamente numerosas y múltiples, colocadas en diferentes niveles, apoyándose unas sobre las otras y cuestionándose mutuamente" (Foucault, 1995, p. 169).
Desde una idea, del poder como formación reticular que atraviesa todo el cuerpo social, como tejido que lo constituye, Foucault explica que las relaciones de poder son sutiles, múltiples y se dan en distintos niveles; no podemos hablar de un poder sin describir las relaciones de poder y esas relaciones son tan múltiples que no pueden ser definidas como opresión, resumiendo todo en la frase el poder oprime. El poder en las sociedades está en todas partes y en ninguna, circula; la organización social está regida por el ejercicio del poder.
Esta perspectiva del poder no solo constituyo una herramienta de análisis de varios de los llamados nuevos movimientos sociales, sino que también los propios movimientos la asumieron como mirada desde donde ubicarse en la conflictiva social, tanto para sus accionares como para sus modos de organización interna.
II.
A manera de conclusión
Es
posible afirmar que en los últimos años asistimos a la emergencia de unos
nuevos actores y formas de acción
colectiva que se definen no más por su posicionamiento estructural excluyentemente sino por la inscripción de la subjetividad y la memoria en el espacio público. Estos nuevos
movimientos sociales, caracterizados no a través de un conflicto central sino en relación a diversos ejes, surgen
de la mano de la crisis de la
sociedad industrial y el pasaje a una sociedad posindustrial o de la
información, donde el paradigma
organizador de la vida cotidiana deja de ser el trabajo, sino más bien la ausencia de él y las identidades
colectivas comienzan a despegarse del Estado
Nacional.
En este nuevo
contexto, los actores sociales y los movimientos tienen un rol doble: por un lado, son sistemas
colectivos de reconocimiento social, que expresan
identidades colectivas viejas y nuevas,
con contenidos culturales y simbólicos importantes. Por otro, son intermediarios políticos
no partidarios, que traen necesidades y demandas de las voces no
articuladas a la esfera pública y las vinculan
con los aparatos institucionales del estado.
Es así que el rol expresivo
en la construcción de identidades colectivas, y de reconocimiento
social, y el rol instrumental que implica un
desafío a los arreglos institucionales existentes, son esenciales para la vitalidad de la democracia.
Pero
más allá de esta afirmación interesa aquí destacar algunos de los nudos que aparecen como problemáticos o conflictivos
a la hora de pensar la acción colectiva desde
estos movimientos, con el objeto de abrir ciertos interrogantes para un trabajo posterior.
La primera
pregunta que surge al analizar
los nuevos movimientos sociales se relaciona
con la capacidad o no de los nuevos actores
de "marcar una diferencia”
En
segundo lugar y ligado a lo anterior, una cuestión que suscita interés se
refiere a la vinculación entre esas
nuevas demandas y el sistema político. ¿Irán a mantener su autonomía? ¿irán a ser cooptados por los
partidos políticos? Sus reivindicaciones y demandas serán apropiadas por instituciones políticas
y sociales?
Sin
duda la vinculación entre los movimientos sociales y las instituciones
políticas, las agendas estatales, los partidos políticos, es altamente cambiante. El panorama es heterogéneo. Algunas tendencias
significativas, especialmente ancladas en procesos transnacionales, pueden ser detectadas. En el piano internacional, en las últimas dos décadas han surgido y se han fortalecido
redes de ayuda internacional (del Norte hacia
el Sur) dirigidas a intervenir en la situaciones de exclusión económica y de opresión
política. Si bien algunas redes son muy asimétricas, otras comienzan a mostrar
una mayor reciprocidad y simetría, no en términos del flujo de recursos sino de ideas y de prioridades. El campo de los
derechos humanos y el de las mujeres constituyen las áreas donde este fenómeno
se ha extendido más; el movimiento ambientalista es más nuevo,
pero va en el mismo camino.
En América Latina, se produce un proceso de institucionalización, constituyéndose el Tercer Sector (diferente al Estado y al Mercado),
compuesto por organizaciones privada sin fines de lucro, autogobernadas y con algún grado de
actividad solidaria, orientadas a
intervenir a favor de sectores sociales discriminados o desposeídos. Son mediadoras, con un fuerte papel de
transmisión de los canales de financiamiento de organismos multilaterales, fundaciones de países desarrollados,
empresas, etc. En el marco de las políticas
neoliberales, se han Ido transformando y convirtiendo en intermediarios
entre los desposeídos y el poder o en organizaciones compensadoras de lo que el Estado no provee. Actualmente
el discurso hegemónico considera este tercer sector dentro de la lógica del "fortalecimiento de la sociedad
civil”, En la práctica
este sector no pertenece a ninguna base social ni debe someterse a ninguna forma de
fiscalización y control.
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