domingo, 6 de noviembre de 2022

El espacio de los movimientos sociales y la acción colectiva - ELIZABETH JELIN

 

UN POCO DE HISTORIA

Durante la década de los setenta y comienzos de los ochenta proliferaron en América Latina los estudios de los nuevos movimientos sociales. La peculiaridad latinoamericana fue que la visibilidad de estas formas de acción colectiva coincidió con el cierre (mayor o menor, según los casos) de los canales institucionales de expresión de demandas sociales: dictaduras militares que negaban a los partidos políticos su rol de articuladores de intereses; represión política que afectaba a sindicatos y otras organizaciones populares; aparatos estatales sordos a las demandas de la población. 

La cuestión era entonces dilucidar si estas formas de acción colectiva eran un fenómeno “genuinamente nuevo” o una respuesta coyuntural al cierre de los canales instituidos.

La transición a gobiernos constitucionales implicó una revitalización de partidos políticos y un énfasis en la institucionalización, que privilegió los esfuerzos de construcción de las instituciones propias del sistema político guiadas por una lógica de la “gobernabilidad”. A partir de ese momento, cuestiones ligadas a la construcción de ciudadanía, al reconocimiento de derechos y a la participación han estado a la orden del día. 

La articulación entre las demandas sociales expresadas en diversas formas de acción colectiva y en movimientos sociales y partidos políticos; así como la articulación entre los movimientos sociales y las instituciones del Estado, en su papel de garantes de la ampliación de los derechos ciudadanos reconocidos por el Estado, no han sido ni son sencillas. Además, el proceso no es necesariamente lineal y acumulativo, en la medida en que distintos modelos de organización económico-política se han ido sucediendo y alterando en este período.

Si la década de los ochenta fue, en términos de la CEPAL, una “década perdida”, y la de los noventa, la década neoliberal por excelencia, el panorama desde comienzos de este siglo es mucho más heterogéneo. El neoliberalismo implicó un fuerte predominio de las fuerzas de mercado, una apertura de las economías y procesos de privatización. En términos sociales, la decadencia del Estado de Bienestar trajo consigo un aumento notorio de las desigualdades y la polarización social, acompañado por políticas públicas “focalizadas”, ancladas en un modelo asistencialista productor de exclusión y marginación. Las tendencias hacia el individualismo y hacia relaciones sociales definidas en términos mercantiles siguiendo una pura lógica de intereses, actuaron en desmedro de acciones y movimientos colectivos. Las políticas de ajuste y reestructuración económica implicaron, de hecho, la postergación de las demandas sociales y una retirada de la justicia social y la equidad como preocupaciones privilegiadas en el escenario político.

En este contexto histórico, asistimos en la primera década del siglo XXI a una transformación del escenario público-político. En esta nueva etapa, en varios países de la región

–Argentina, entre ellos– se recobra y se renueva la demanda social expresada en acciones colectivas y en movimientos sociales, que buscan articular sus demandas con la acción estatal.

 

VOCEROS E INTERMEDIARIOS: MOVIMIENTOS SOCIALES Y ONGS.

El panorama mundial de los actores sociales se ha transformado profundamente en las últimas décadas. Hasta los años setenta, el tema de la democracia y la participación estaba centrado en el sistema político: partidos políticos y elecciones para la transformación social


democrática, guerras de liberación para las situaciones revolucionarias. El Estado estaba en el centro; las estrategias de la toma del poder eran el eje de la discusión. Inclusive los actores corporativos tradicionales –la burguesía, el movimiento obrero, los militares, la Iglesia– eran mirados fundamentalmente en cuanto a su capacidad de intervenir en el espacio político del poder del Estado. Los otros actores sociales eran débiles; lo que había eran protestas y demandas (frecuentemente en clave clientelística) frente al Estado, o espacios de sociabilidad y de refuerzo cultural local.

En el plano internacional, la centralidad del aparato del Estado llevaba a acuerdos y convenciones, elaboradas y ratificadas por los gobiernos. La sociedad tenía poca cabida directa y poco espacio en ese mundo. Pero por debajo de esta realidad había otra. Oculta, apenas visible, confusa. En 1975, el mundo recibió con sorpresa y asombro el fermento social de las mujeres en los foros y conferencias paralelas a la Conferencia Internacional en México. La acción no estaba en la Conferencia Intergubernamental sino afuera, en la multiplicidad de propuestas y eventos con que el movimiento internacional de mujeres acompañaba y confrontaba a la Conferencia oficial. 

La visibilidad y reconocimiento internacional de las ONGs es un indicador de cambios organizativos e institucionales muy vastos.

En efecto, a partir de los años setenta, hacen su aparición en el escenario público, y van cobrando creciente importancia, formas de articulación de intereses y agrupamientos, que dirigen sus demandas simultáneamente en el nivel de cada Estado y en el espacio transnacional. En el plano internacional, la red de organizaciones sociales ha tenido un papel central en la elaboración de un marco interpretativo de los derechos humanos y de la defensa y promoción de derechos de categorías y grupos específicos (niños y niñas, derechos ambientales, defensa de pueblos originarios, movimiento feminista, etc.) (Keck y Sikkink, 1998). Los resultados están a la vista con la ampliación de los acuerdos internacionales, pactos, convenciones y tratados, y la creciente ratificación de los mismos por parte de gobiernos nacionales.

 

DERECHOS HUMANOS Y CIUDADANÍA INTERNACIONAL

No hay un status de ciudadanía internacional o cosmopolita en un momento en el que se necesitaría tenerlo. El sistema económico globalizado no tiene un marco político que garantice la igualdad entre la gente. Lo que tenemos para el ejercicio de una ciudadanía internacional o cosmopolita son los sistemas de derechos humanos. Estos sistemas de derechos humanos no son solamente un sentimiento, una lucha o una protesta, sino que son aspectos del derecho positivo, que se usa y al que se puede recurrir. La región latinoamericana forma parte del Sistema Interamericano de Protección de Derechos Humanos, con la Comisión y la Corte. Y está todo el sistema universal de las Naciones Unidas, que empieza a ser derecho positivo con la aprobación de los dos pactos, el de los derecho civiles y políticos y el de los derechos económicos, sociales y culturales. No hay ninguna razón teórica para esta diferencia, y gran parte del trabajo es sobre la indivisibilidad de los derechos.

En el plano nacional, en plena dictadura, estos movimientos eran expresiones de demandas que podían ser leídas como parte de la oposición política y social al régimen. A menudo se trataba de acciones colectivas con objetivos y demandas específicas y limitadas. Así, en las transiciones, algunos movimientos urbanos se constituyen en actores sociales con reconocimiento institucional y con un lugar oficial de representación, especialmente en los gobiernos locales. Hay municipalidades donde existen espacios para la expresión de las demandas ciudadanas, para el control ciudadano de la gestión y para la cogestión entre gobiernos locales y organizaciones sociales, inclusive ampliando el espectro de la participación institucionalizada (quizás el ejemplo más conocido es la gestión de los presupuestos participativos, originariamente desarrollada en Porto Alegre, Brasil).

Otros movimientos sociales tuvieron recorridos diferentes. Varias de las demandas de los movimientos de mujeres y de los movimientos de derechos humanos fueron incorporadas en la agenda social y política de la transición. Así, algunos de los argumentos de la crítica social del feminismo han penetrado las organizaciones corporativas, los sindicatos, las organizaciones de negocios, el Estado o la Iglesia. Se ha generalizado el debate sobre la discriminación de las mujeres, la lógica de la igualdad (de oportunidades), las transformaciones en la estructura legal, incluyendo (en el límite) el reconocimiento social y político de ciertas violaciones a los derechos de las mujeres, como la violencia doméstica (aunque todavía no la violación matrimonial). Desde la perspectiva del reconocimiento y aceptación de la diversidad de opciones sexuales los cambios han sido muy significativos, al punto de la gradual extensión del derecho al matrimonio de manera igualitaria. También se ha extendido la incorporación de las cuestiones de la reproducción y la sexualidad en la clave de derechos con debates acerca de los derechos sexuales y reproductivos (incluyendo, en el límite, el debate sobre la despenalización y legalización del aborto) instalados en la sociedad.

En el plano internacional, en las últimas décadas, han surgido y se han fortalecido redes de ayuda internacional (del Norte hacia el Sur) dirigidas a intervenir en las situaciones de exclusión económica y de opresión política en el Sur (y en el Este europeo). Si bien algunas de estas redes son muy asimétricas (los dadores del Norte definen los temas y eligen a los receptores y canales del Sur), otras comienzan a mostrar una mayor reciprocidad y simetría, no en términos del flujo de recursos sino de ideas y de prioridades. El campo de los derechos humanos y el mundo de las mujeres constituyen las áreas donde este fenómeno se ha extendido más; el movimiento ambientalista va en el mismo camino.

En las sociedades latinoamericanas, las protestas colectivas y los movimientos localizados de hace unas décadas se fueron institucionalizando y transformando en organizaciones más formales, constituyendo un nuevo sector –el llamado Tercer Sector, diferente del Estado y del mercado, compuesto por organizaciones privadas sin fines de lucro, auto-gobernadas y con algún grado de actividad solidaria, orientadas a intervenir en favor de sectores sociales discriminados o desposeídos. En realidad, se trata de un sector muy heterogéneo, donde interesa distinguir dos tipos de organizaciones: las que son estructuralmente mediadoras y las conformadas por los/as propios/ as beneficiarios/as. En el primer tipo, su papel mediador es entre el Estado y las demandas de los sectores populares; entre movimientos y organizaciones internacionales y las necesidades locales; entre la cooperación internacional y los destinatarios finales de su ayuda. Estas organizaciones, conformadas a menudo por profesionales, trabajan para ampliar parte de redes, tanto nacionales como en su vinculación internacional (vinculación ideológica y financiera), y cuentan con una estructura organizativa con reglas de funcionamiento propias y con una creciente legitimidad en ámbitos gubernamentales. Hay organizaciones especializadas en un tipo de demandas o de derechos de poblaciones que no tienen voz propia  (niños y niñas, discapacitados/as) o que requieren  voces profesionales o expertas (derechos de pueblos originarios, por ejemplo), o ligadas al desarrollo de derechos de incidencia colectiva (como las organizaciones ambientalistas, que incluyen comunidades epistémicas expertas). Las del segundo tipo, organizaciones de pueblos originarios, de mujeres, de jóvenes, de inmigrantes, etc., tienen en su base un componente de identidad y pertenencia a una comunidad.

En el modelo neoliberal, que incluyó la idea de la subsidiaridad del Estado, las ONGs fueron elegidas, por parte de programas inter- nacionales de asistencia, como canales de transferencia de recursos. En este sentido, las organizaciones no gubernamentales nacionales y sus vínculos internacionales, a través de la constitución de un núcleo de profesionales de la promoción y de voluntarios de la solidaridad, fueron convirtiéndose en un nuevo actor en el escenario social de los procesos de democratización.

La densidad de organizaciones no gubernamentales y la presencia de las agencias de cooperación internacional varían según los países: en los más pequeños y pobres, el peso de la cooperación internacional y de ONGs directamente vinculadas a esta cooperación es enorme (Bolivia y Nicaragua, por ejemplo). En países grandes y/o más desarrollados, la cooperación internacional tiene menor peso, y las ONGs locales constituyen una de las formas de organización de la sociedad civil. Su dinamismo y fuerza dependen entonces de la modalidad de relación entre el Estado, los partidos políticos y las organizaciones sociales. En los años noventa, frente al predominio de políticas económicas neoliberales que intentaban limitar el papel del Estado benefactor, las organizaciones no gubernamentales se fueron convirtiendo en intermediarias entre los desposeídos y el poder, o en organizaciones compensadoras de lo que el Estado no proveía. A menudo, al hacerse cargo de los/as excluidos/as, de los y las que no tienen voz, estas redes de organizaciones se convirtieron en voceras –sea auto-designadas o autorizadas– de las víctimas de violaciones en dictaduras, de los/as excluidos/as económicos/as en dictaduras y democracias, de las minorías discriminadas, representándolos/as frente al poder. A veces, estos procesos tomaron la forma de movimientos democratizadores; otras, fueron una reproducción de formas paternalistas, populistas y/o autoritarias de relación entre las clases subordinadas y el poder.

En el discurso hegemónico neoliberal, que promovía la contracción de la esfera de acción estatal, se consideraba a este Tercer Sector dentro de la lógica del “fortalecimiento de la sociedad civil”. Hay varios peligros en esta postura, porque este sector no responde orgánicamente a ninguna base social ni debe someterse a ninguna forma de fiscalización y control. No hay una “ciudadanía soberana” a la cual representa o que ejerce el control en última instancia. En este sentido, podría decirse que es un sector “irresponsable” (unaccountable), que no tiene que rendir cuentas a nadie, excepto a la propia conciencia e ideología que guía su acción y a los requisitos que establecen quienes otorgan su financiamiento, basados –idealmente– en la solidaridad y el compromiso.

 

EL NUEVO SIGLO

En una perspectiva histórica de mediano plazo, las demandas sociales representadas en movimientos colectivos han ido cambiando de perfil. El movimiento obrero y el movimiento campesino tenían, en su apogeo, proyectos de transformación social “total” (Calderón y Jelin, 1987). A partir de los años setenta, con el agotamiento del modelo de industrialización sustitutiva y la expansión de los regí- menes autoritarios, el espacio de los movimientos sociales, así como la mirada de los investigadores sobre ellos, fueron cambiando. La heterogeneidad y multiplicidad de actores y de sentidos de su acción se tornaron más visibles, las reivindicaciones se hicieron más específicas, la cara de la “identidad” de los actores en formación se hizo explícita (Evers, 1984), la cultura de la cotidianidad comenzó a ser el foco de atención. Lo que atrajo de


estas formas de expresión fue que, a partir de lo específico y lo concreto de la cotidianidad, a menudo llegaban a poner en cuestión los principios básicos de la organización social (Calderón, 1986; Escobar y Álvarez, 1992; Álvarez, Dagnino y Escobar, 1998). Fueron movimientos heterogéneos y diversos, en los que la lógica de la afirmación de la identidad colectiva en el plano simbólico se combinaba de manera diversa con los intereses y demandas específicos.

La etapa siguiente de transformaciones –marcada por la transición a la democracia y el predominio de la economía de mercado– apuntó a nuevos cambios, a formas aún más diversificadas, a sentidos múltiples. El argumento de la apatía y del debilitamiento de los lazos sociales en función de la economía de mercado individualista, estaba a la orden del día. En verdad, la lógica de los intereses se hizo más visible, más transparente que antes. Pero esto no es un proceso lineal y total, y los cambios en este siglo así lo atestiguan. Hay lugar para otras expresiones y para otras significaciones, para actores colectivos que buscan su identidad y su lugar en el escenario socio-político: indígenas, jóvenes, mujeres, grupos étnicos y raciales. También hay temas que convocan: los derechos humanos, el medio ambiente, la pobreza y la exclusión.

En este nuevo contexto, los actores sociales y los movimientos tienen un rol doble: por un lado, son sistemas colectivos de reconocimiento social, que expresan identidades colectivas viejas y nuevas, con contenidos culturales y simbólicos importantes. Por otro, son intermediarios políticos no partidarios, que traen las necesidades y demandas de las voces no articuladas a la esfera pública, y las vinculan con los aparatos institucionales del Estado. El rol expresivo en la construcción de identidades colectivas y en la búsqueda de reconocimiento social, y el rol instrumental que implica un desafío a los arreglos institucionales existentes, son esenciales para la vi- talidad de la democracia. Más que ver la incapacidad de cooptarlos por parte de los partidos políticos como debilidad de la democracia, los movimientos y organizaciones extraartidarios deben ser vistos como una garantía de un tipo de democracia, como mecanismo de auto-expansión de sus fronteras y de auto-perpetuación de una democratización activa y permanente.

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El Estado Social en la Argentina